Sensaciones de cuando vuelves a montar en bici después de varios meses sin tocarla

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Día 0: el día que, sin planearlo, vuelves a coger la bici...

Ayer volví a montar en bici. Desayuné, como siempre, un vaso de café con leche y galletas y un zumo de naranja natural, mientras miraba por la ventana cómo el sol iba ganándole terreno lentamente a las sombras. No me parecía una mañana demasiado calurosa de verano, quizá porque el aire acondicionado de casa ya estaba funcionando a toda máquina. Eso sí, a 26ºC, protegiendo el medio ambiente lo máximo que uno puede protegerlo sin sufrir demasiado... Aire acondicionado que debía permitirme estudiar sentado, lo más cómodo posible, sin calores, sin sudores húmedos, de esos que hacen que se te peguen los muslos al polipiel de la silla, y los brazos a los folios pegajosos. Ese era mi plan.

Pero ayer por la mañana no estudié. Algo en mi interior me decía que saliera un ratito a montar en bici: "un par de horas; un Relojero rápido; un sube y baja; un mira y vete..." Y me convencí a mí mismo de que el sol no empezaría a calentar hasta pasadas las doce de la mañana, y en ese momento, apenas si pasaban unos minutos de las ocho y media. Tenía tiempo suficiente para dar rienda suelta a mi parte más salvaje y contentar así a esa voz interior.

Las primeras pedaladas me condujeron directamente a darle aire a las ruedas en la gasolinera de la ciudad. Tras 2 meses, prácticamente, sin tocar la bici, no podía esperar que las ruedas estuvieran a mi gusto -ya sabéis que me gustan muy hinchadas-. La ciudad no ardía especialmente, la sombra de los edificios era suficiente para reafirmar mi idea de que salir en bici aquella mañana era lo mejor que podía hacer, así que puse el cuentakilómetros a cero y me dirigí hacia la montaña tratando de llevar un ritmo de paseo.

20130811 135829Las primeras gotas de sudor aparecieron ya con las primeras rampas. La sombra de la ciudad fue sustituida por la sombra intermitente de los árboles que circundan el camino en el corazón de la sierra. Hablando de corazones, el mío latía ya a 180 pulsaciones por minuto, lo cual era más bien malo que bueno, pero no dejaba de ser algo lógico y normal dado el tiempo que llevaba sin tocar la bici. Pero... me sentía feliz, me sentía bien, me sentía un Perico Delgado en sus últimos años como ciclista sufriendo por aguantar el ritmo del maillot amarillo en el Tour de Francia.

Continuamente tenía que aminorar la marcha. Mi instinto de torito me empujaba una y otra vez a darlo todo, a meter desarrollo y pedalear al máximo, a pesar de que mi cerebro le había ordenado en la salida que hoy tocaba ir "de paseo". Sudor y más sudor. Sudor salado que te resbala por la cara y termina en tu boca. Sudor que te cae desde el casco justo encima del cuentakilómetros. Sudor del que, al menos, piensas que estás perdiendo peso, que estás expulsando con él parte de la mucha grasa que te sobra. Sudor que empapa tus brazos como si los hubieras metido en un cubo de agua. Brazos que te arden por el sol, y te hacen querer un poquito más a esa persona que insistió en echarte la crema protectora solar antes de salir... Sentimientos y pensamientos que sólo uno puede advertir en esa situación, en ese lugar, en ese momento. Tumbado en el sofá viendo Aida nunca pienso tales cosas.

Estoy seguro de que lo que somos, nuestros valores más importantes y la capacidad de ponernos en el lugar de los demás y tratar de entenderles (empatía) está muy relacionada con haber superado situaciones límite como sentimos los que practicamos ciclismo y cualquier deporte que conlleve una pizca de aventura. Vivimos situaciones que te hacen aprender que con esfuerzo y perseverancia todo se consigue y que todos podemos necesitar ayuda en alguna ocasión, por lo que todos debemos estar dispuestos a entender a esa persona que nos pide ayuda en ese momento.

Un ciclista cuarentón, muy moreno, y con más músculos en las piernas que yo, me adelantó veloz y sin saludar, y me hizo volver al presente, a la montaña, al camino empinado, al sudor, al dolor de piernas, a las ganas de detener la bici y descansar un ratito:

- Si sólo es un ratito

- No, no, no... que esto lo has hecho ya muchas veces y no has parado.

- Joooo... ¿no ves que no voy bien? ¿no ves que estoy sufriendo?

- ¡¡Cómo que no vas bien!! Vas igual de jodido que siempre... aguanta!!

- Venga hombre, ¡¡si nadie está mirando!!

- ¡¡Que no!!! Si llevas el corazón a 175 pulsaciones nada más... todo va bien... ¡¡aguanta!! Que todo pasa... en nada estarás en casa duchadito, y si paras, me dejarás en ridículo conmigo mismo... Si paras, nada de lo que has hecho esta mañana tendrá sentido.... No pares, sigue, confía en mí... Yo soy el primer interesado en que salgas de esta.

Y se me fue. Ese ciclista moreno y cuarentón se me fue unos metros sin yo poder ni querer alcanzarlo. Pero no me detuve. Seguí pedaleando, sudando y aguantando sin preocuparme de alcanzar a nadie, aunque sí miraba continuamente hacia atrás porque tampoco era plan de que me adelantara todo el mundo esa mañana... pero no venía nadie. ¿Quién iba a venir? 38ºC, las 10 y cuarto de la mañana y verano. ¡Como si no hubiera cosas mejores que hacer un domingo de verano que subir en bicicleta una montaña!

Minutos después ya estaba arriba. Había llegado. Sin detenerme ni un instante, porque tenía la prisa del que ya ha tenido malas experiencias bajo un sol castigador como aquél, inicié la cómoda bajada. ¡Así sí que sí!. Qué gustito el aire fresco; qué placer dar saltitos en los baches y qué excitantes esos derrapes de rueda trasera en las curvas... Sólo al bajar es cuando te das cuenta de que ha merecido la pena la subida, y aunque no tienes tanto tiempo de pensar porque vas a mucha velocidad y debes estar atento a todo lo que te rodea para no dar con tus huesos contra el suelo, se me ocurrió una de esas frases paradójicas de las que quedan escritas para la eternidad y que pasados unos años nadie sabe quién las dijo:

"Nunca me canso de hacerlo aunque me canse mucho mientras lo haga"

 

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